lunes, 28 de marzo de 2011

Hablamos de amaneceres y de cuando los viajes se hacían infinitos por culpa de la ansiedad. Esa ansiedad que me provocaba el solo hecho de estar a escasos metros de ti.

Hablamos de cuando evitaba respirar por no pensar en ti, cuando intentaba dormir pero había una extraña explosión en mis fosas nasales. De esos escasos momentos que se pueden contar con una mano.

Hablamos de eso que hemos hablado tantas veces, de la historia repetitiva, de que no te he vuelto a ver, de las caricias que nunca nos hemos dado y de las miradas que hemos dejado perder.

domingo, 20 de marzo de 2011

Cuando lo volví a ver había cambiado. Ahora usaba un abrigo de esos que usan los señores importantes y zapatos de arreglar. No me dio tiempo a ver mucho más, pero algo dentro de mí dio un vuelco. Algo dentro de mí me dio un poco de esperanza.

No había desaparecido, seguía por el mismo sitio de siempre, lo único que cambiaba eran los hábitos. Era cuestión de que el mundo quisiera que me lo encontrara, que el mundo me hiciera coincidir.

Cuando lo volví a ver yo también había cambiado. Usaba zapatos de esos que llevan tacones y no me dio tiempo a pensar, tan solo sonreí.

sábado, 19 de marzo de 2011

Dejábamos la playa a nuestra derecha mientras hacíamos quilómetros sin sentido. Sin sentido para los demás pero con un sentido del todo válido para nosotros.

Nosotros, que gran palabra, nos hacía únicos. Y cuando digo únicos no quiero decir especiales, porque eramos muy vulgares, muy típicos. Pero ese nosotros solo nos implicaba a los dos, a ti y a mí. Un juego en el que los demás eran actores secundarios, en los que solo participaban por curiosidad.

Dejabamos la playa a nuestra derecha mientras evitábamos mirarnos. Sin mirarnos para evitar que todo aquello que ya sentíamos se hiciera presente, para evitar los silencios incómodos, para evitar oír el sonido de las olas al chocar con nuestro coche, con tú coche.