Al subir la montaña quedábamos agotados, exhaustos. El uno al lado del otro, a un centímetro. Y me besabas, como una estrella fugaz, un visto y no visto. Y me despertaba al día siguiente, sin saber si eso había ocurrido o había sido producto de mi imaginación.
Pero no te ibas, al contrario. Te acercabas a mí, y me tocabas como nunca nadie lo había hecho. Dulcemente, con pasión y con esos ojos... Con miedo, con ternura. Con el miedo a equivocarnos, eso es. Y me mirabas, y me decías que lo único que importaba era que a partir de ahora haríamos cosas que nunca habíamos imaginado, que no te importaba no ser el primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario