miércoles, 26 de enero de 2011

un despertar con resaca en un amanecer rosado.

La persiana no estaba bajada, de hecho no sé ni si había persiana. Lo que si sé es que podía ver todo el exterior, podía ver una chimenea apagada, una teja mal puesta y la ropa tendida de un edificio a unos 50 metros.

¿Y a cincuenta metros que deberían ver ahora que se hacía de día? Mi mano acariciaba su piel, que dormía a mi izquierda, que respiraba con tranquilidad, casi como si estuviera muerto. Empezaba a estar frío y yo intentaba taparme con cada fragmento de la sabana que no existía.

Me levanté y fui al lavabo. Intenté taparme, como en las películas pero nadie había pintado una sábana en ningún momento en esa habitación. Nadie lo había imaginado así. Empecé a oír los primeros ruidos de la mañana: una persona tosiendo en la nada, un camión de la basura solitario, una cafetera de lejos (quizá a cincuenta metros) y al final la tapa del inodoro rompiendo con esa tranquilidad.

El gusto a café, los pies mojados caminando lentamente, la mañana.

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